Tanto la Unión Europea como la administración de Joe Biden pusieron en debate el rol preponderante de las plataformas y redes sociales en la vida de los ciudadanos y la necesidad de que estos coozcan sus derechos y deberes en Internet.
“La administración está pidiendo más dinero para los programas de alfabetización digital con el fin de capacitar al público para identificar contenido de odio y resistir el reclutamiento por parte de grupos extremistas”, dice el textual. Pero no es de Gustavo Béliz en persona o del Consejo Económico y Social o del gobierno de Alberto Fernández. Se trata de un proyecto presentado en junio de 2021 por la administración de Joe Biden, el presidente de Estados Unidos. ¿Por qué? Porque aunque aquí se hagan los distraídos quienes lo saben y fingen demencia, o porque algunos sean ignorantes y lo desconozcan cuando patalean, el mundo tiene como uno de sus debates principales el rol que están cumpliendo las plataformas, las redes sociales e internet en la vida del 75% de la humanidad.
La Unión Europea se cansa de multar a las TECH de Silicon Valley por violar la privacidad de datos de sus ciudadanos o por comportamientos reñidos con la legislación antimonopólica. EEUU tiene su Congreso lleno de proyectos tanto demócratas como republicanos para regular las corporaciones de Internet. Pero es tal el poder de éstas, las corporaciones más poderosas que ha conocido la humanidad, que nunca logran ponerle el cascabel al gato.
Estamos hablando de poder económico y de poder cultural, las dos aristas sobre las cuales debe posarse cualquier análisis más o menos serio sobre lo vinculado a la comunicación. Estas empresas valen uno, dos o tres PIBs de países emergentes, y dominan la comunicación y circulación de la información de más de 5000 millones de usuarios en el mundo. ¿No merece eso atención?
Mark Weiser fue un cerebro de la computación ubicua, una disciplina que estudia la vinculación de la informática en la vida de las personas, y tiene una frase memorable que explica de modo sencillo la relevancia de analizar, pensar e investigar el fenómeno. Lejos de la idea (errónea o tramposa ideológicamente) de que la técnica y la tecnología son fenómenos neutrales y despojados de cargas ideológicas, este científico dijo: “Las tecnologías más significativas son aquellas que desaparecen. Las que se entrelazan en el tejido de la vida cotidiana hasta que son indistinguibles de la vida misma”. Eso es hoy Internet y eso son las redes sociales.
¿Cuántos datos nuestros poseen y procesan? ¿Qué hacen con nuestra información? ¿Qué les damos sin conocer la letra chica?
¿Suena a “Years and Years” o “Black Mirror”? Pues suena porque estamos sonados. Amazon ya tiene patentado un algoritmo que analiza la voz en tiempo real; en 2014 Google compró la empresa Deep Mind para la detección de enfermedades con datos de la Seguridad social británica; “si no fuera por Facebook no habría Brexit” es ya un mantra en el Reino Unido. Tres ejemplos al azar de lo que es tamos viviendo. Lo dijo Eric Emerson Schmidt, director ejecutivo de Google entre 2001 y 2011: “ya no necesitamos que teclees nada porque sabemos dónde estás, dónde has estado y podemos adivinar bastante bien qué estás pensando”.
“Tenemos que regular las redes. En Estados Unidos la mitad de la población se informa por Facebook y no hay control ni va a haberlo según lo dijo el propio Zuckerberg”.
Hillary Clinton, en el centro de debate sobre redes sociales e internet.
Demócratas y republicanos (porque en esto no hay grieta), Elizabeth Warren, Bernie Sanders, Cory Booker, Ted Crtuz, Josh Hawley, Kamala Harris, Andrew Yang, Alexandra Ocazio Cortez, Cory Booker o Amy Klobucher son algunos de los que han presentado propuestas para segmentar las empresas de Silicon Valley, y para que se ponga en debate nacional el lugar que ocupan en la vida de los ciudadanos.
Tony Blair escribió en TechCrunch que “quienes dominen la revolución tecnológica y la configuren para el bien público determinarán cómo será el siglo”. La comisión de Protección de datos de Irlanda denunció a Twitter y a WhatsApp por no cuidar los datos de las personas. La comisión Europea impuso una multa de 2.424 millones de euros a Google Analytics por violar las normas de privacidad.
El primer mundo en pleno intenta defenderse del poder de estas corporaciones. Hasta el Papa Francisco ha dedicado un capítulo en su encíclica Fratelli Tutti al poder de estas empresas y algunos de sus textuales son más que contundentes y precisos:
“Al mismo tiempo que las personas preservan su aislamiento consumista y cómodo, eligen una vinculación constante y febril. Esto favorece la ebullición de formas insólitas de agresividad, de insultos, maltratos, descalificaciones, latigazos verbales hasta destrozar la figura del otro (…). La agresividad social encuentra en los dispositivos móviles y ordenadores un espacio de ampliación sin igual. (…) Ello ha permitido que las ideologías pierdan todo pudor. Lo que hasta hace pocos años no podía ser dicho sin el riesgo de perder el respeto de todo el mundo, hoy puede ser expresado con toda crudeza. (…) En el mundo digital están en juego ingentes intereses económicos, capaces de realizar formas de control tan sutiles como invasivas, creando mecanismos de manipulación de las conciencias y del proceso democrático. El funcionamiento de muchas plataformas a menudo acaba por favorecer el encuentro entre personas que piensan del mismo modo, obstaculizando la confrontación entre las diferencias. Estos circuitos cerrados facilitan la difusión de informaciones y noticias falsas, fomentando prejuicios y odios”.
Entonces, si las figuras más relevantes de la política planetaria toman el debate, lo ponen en el centro y se ocupan de que forme parte de la agenda, ¿cuál es la intención de quienes braman contra la propuesta del Consejo Económico y Social de la Argentina, que es tan sencilla y simple como proponer que los ciudadanos de la Argentina se informen y discutan la temática? ¿Acaso alguien puede oponerse a que adultos y menores de nuestro país conozcan cómo, cuántos y a quiénes les damos nuestros datos; qué son las agresiones on line como el doxing o el grooming; que sepamos qué hacer con las cuentas privadas o públicas de nuestros hijos en las redes sociales; que sepamos cómo detectar lo falso que nos llega vía grupos de Whatsapp, que comprendamos cómo funcionan los avatares en juegos como Fortnite o Roblox, y los riesgos de que nuestros hijos no tengan herramientas para detectarlo; que sepamos mínimamente cómo funciona el feed de Facebook, el algoritmo de Spotify o por qué apenas termino de mencionar algo en voz alta Instagram comienza a ofrecerme publicidades de justamente ese producto?
Dicen quienes no quieren debatir que detrás de discutir estos temas se esconde la idea de regular. Pues, o son ignorantes o nos tratan a nosotros de serlo porque nada está más lejos de Argentina que poder regular corporaciones ubicadas en California. Y si no, pueden preguntar a Macron y a toda la Unión Europea, a China y al mismísimo Vladimir Putin si han podido regular algo de lo que sale desde Silicon Valley.
Solo el oscurantismo puede oponerse a una invitación a que un país debata sobre el comportamiento de más de 5000 millones de seres humanos, de que comprendamos cómo es y cómo funciona el territorio digital al que dedicamos un promedio de 9 horas de nuestros días y de cómo funcionan los discursos de odio en el plano de Internet.
Fuente: Télam