La pandemia ha demostrado que muchos empleados quieren mucha flexibilidad. No la conseguirán todos, pero seguramente serán cada vez más.
La pandemia es el gran suceso de este siglo y provocará cambios que todavía no podemos saber. Pero si tengo que apostar por uno, mi candidato es el teletrabajo: creo que en el futuro mucha gente se ganará la vida en remoto.
La crisis fue un experimento masivo que resolvió dos incógnitas. La primera fue para las empresas: ¿Serían capaces de hacer lo que hacen sin tener a todo su personal en la oficina? Resultó que muchas sí podían. Con productividad total o reducida, pero sin cataclismos. El caso que mejor conozco es este periódico, que batió récords de lectores digitales, pero habrá montones: hubo gente diseñando rascacielos desde el salón de su casa, concediendo hipotecas, organizando flotas navieras o pasando terapia por videoconferencia.
Sin embargo, la incógnita clave es la que despejaron millones de trabajadores que ahora saben, por experiencia, que su vida es mejor con más flexibilidad. Solo el 10% quiere volver al trabajo presencial a tiempo completo, según un estudio del Best Practice Institute.
Las empresas son más cautelosas con el cambio, así que serán los trabajadores los que empujen el teletrabajo. Y lo conseguirán en función del poder que tengan. No sorprende que la modalidad sea más rara en países donde falta el empleo, como España y su cráter laboral. En 2019, apenas un 8% de los españoles trabajaban desde casa, parcial o totalmente, muy lejos de lo que pasaba en Países Bajos (38%), Finlandia (32%) o Dinamarca (29%).
Estamos ante un ejemplo de la máxima de William Gibson: el futuro ya está aquí, pero desigualmente distribuido.
Otra ventana al futuro es el mundo de los programadores.
Allí el trabajo remoto se está convirtiendo en la norma, como sugirió The Economist con datos de un portal de ofertas de empleo. Los anuncios con la palabra “remoto” han pasado del 25% al 75% tras la pandemia. Son trabajos especialmente digitales, claro, y me atrevo a decir que con más introvertidos, pero la clave creo que es otra: los programadores tienen poder negociador. Son profesionales demandados, escasos, que pueden teletrabajar para ti o para una empresa en Otawa. Y si el 80% de ellos están dispuestos a cambiar de compañía para trabajar en remoto, como dice una encuesta de la empresa de reclutamiento Manfred, las empresas tendrán que ofrecer flexibilidad para retener a los mejores.
“Mi intuición es que con los programadores el cambio es imposible de parar”, me decía Victoriano Izquierdo, el CEO de la startup española Graphext. En su caso, lo que intentan es convertir esa tendencia en una oportunidad. Los programadores, como muchos otros profesionales, prefieren fórmulas de superflexibilidad cuando se les pregunta. Quieren trabajar desde casa, pero tener la opción de ir a la oficina para hablar con un jefe, reunirse o socializar. Prefieren eso al trabajo 100% remoto. “Ofrecemos un híbrido para competir a nivel internacional”, me explicaba. Entiendo que desde España es difícil competir en salarios con un pagador de Estocolmo o de Boston, pero puedes ofrecer la misma libertad y el valor añadido de una cierta cultura y de una oficina cercana, a 30 minutos de metro o una hora de AVE.
En España hace un año se introdujo una ley para regular el teletrabajo, que podría estar siendo un freno. De momento, lo que vemos es un retroceso al ritmo del virus: según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en verano trabajaban desde casa el 13% de los ocupados, seis puntos menos que en 2020 (19%), aunque más gente que en 2019 (8%). Pero esa tendencia quizás no sea universal. En Estados Unidos, por ejemplo, las tarjetas de fichar de 41.000 empresas dicen que la ocupación de las oficinas sigue al 40% del nivel normal prepandemia.
En Portugal acaban de aprobar una regulación con la que quieren ponerse a la vanguardia del trabajo remoto. Entre otras cosas, da a los padres de niños pequeños el derecho de trabajar desde casa. La ley quiere atraer extranjeros, ha explicado su ministra de trabajo, Ana Mendes Godinho: “Portugal es uno de los mejores lugares del mundo para que elijan vivir aquí estos nómadas digitales y trabajadores remotos, queremos atraerlos a Portugal”. Hay profesionales que pueden hacer su trabajo desde cualquier lugar del globo y cobrar un salario de entre los más altos. Y si eres uno de esos privilegiados del mundo globalizado, quizás un comercial de datos o una programadora que diseña UX, ¿por qué no vivir en el Algarve?
Fuente: La Nación
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